Pocas son las chances de que alguien se auto incrimine públicamente y es razonable que así sea. Pero en este caso, la auto incriminación tiene como base la reflexión de una práctica bastante cotidiana en el ámbito laboral. Por la naturaleza de mi trabajo, el conocimiento teórico adquirido y el servicio que brindo hacen que pueda detenerme (no sin vergüenza de admitir el error) en este punto para resignificar parte de las teorías y los discursos aprendidos sobre determinados temas.
Resulta que trabajo dando orientación técnica a pequeños emprendimientos que necesitan crecer, ampliar su cartera de clientes o sostenerse en el mercado. Para dicha orientación me sirvo de variadas herramientas teóricas provenientes de distintas disciplinas de estudio, entre ellas economía, marketing, sociología o educación, entre otras. Es cierto que no se puede ser experto en todos estos temas a la vez, pero sí uno puede servirse de algunas herramientas que proponen cada una de estas disciplinas. Personalmente tengo formación en la docencia en sociología, pero mi quehacer cotidiano me llevó a interesarme y estudiar de forma autodidacta sobre varios temas vinculados a las necesidades y problemas que se enfrenta un emprendedor. Es más, vengo de una familia de emprendedores que han pasado por todas las etapas del proceso y creo (con razón) que tengo algo que decir sobre el tema por el simple hecho de haber estado de ese otro lado del mostrador.
Entrando en tema que da pie a esta carta, cuento que uno de los tantos consejos que se le da a un emprendedor o empresario, es que parte de su estrategia de comercialización tenga en cuenta la “segmentación de mercado”. La segmentación de mercado es una metodología utilizada en el marketing que permite a las empresas entender mejor a sus clientes potenciales y adaptar sus estrategias de marketing y productos a las necesidades, comportamientos y características de estos grupos con intereses comunes.
Esta información ayuda a las empresas a tomar decisiones estratégicas, a identificar oportunidades de posicionamiento y a crear mensajes de marketing más efectivos y personalizados.
Es decir que, a partir de la identificación de los grupos con intereses comunes, los emprendimientos o empresas adaptan su comunicación, el tipo de productos o servicios que ofrecen. Es evidente que no podemos culpar a las empresas o emprendimientos por intentar llevar adelante estrategias que les permita aumentar sus ingresos, o simplemente, que le permitan sostenerse de manera competitiva en un mercado. Lo que no se está contemplando son las posibles consecuencias no deseadas de poner en práctica de forma sistemática estas estrategias.
La realidad indica que en el mundo capitalista hay cierto tipo de consumidores que necesitan sentirse especiales, o sentirse VIP; y es para ellos que las empresas definen como parte de su plan de marketing ofrecerles productos o servicios que efectivamente cubran esa necesidad de diferenciación. Allí entran aspectos psicológicos. No se trata del consumo de un producto como necesidad, sino que está más asociado al consumo que le proporcione cierto estatus y reconocimiento social, en definitiva, una manera simple de diferenciarse de los demás, ser especiales.
Ahora ¿qué problemas puede causar que haya cierto grupo de consumidores que necesiten sentirse tratados de manera especial o VIP? ¿Qué problema puede haber en que haya productos VIP?
Una primera respuesta a esta pregunta es que ese tipo de servicios y productos será consumido por un número reducido de la población. Esto, aunque parezca una verdad de perogrullo, es fundamental para entender una serie de dinámicas sociales que suceden como consecuencia de este tipo de realidades. Pierre Bourdieu abordó el concepto de “habitus” para explicar que ciertos comportamientos en la vida social o preferencias pueden estar vinculados con los hábitos de consumo. En ese caso la experiencia vital de una persona puede ser diametralmente opuesta a la experiencia vital de otra, y tal diferencia está mediada por el consumo de servicios y de productos en un grupo u otro.
A partir de esta idea, podemos consensuar que desarrollar productos o servicios diferenciados en función de la capacidad de compra del consumidor favorece las experiencias de vida diferentes, preferencias diferentes, incluso maneras de pensar y valores diferentes. Esto no solo está ligado a los bienes de consumo no transables, sino que también lo podemos aplicar para el consumo de aquellos productos transables como un vehículo o un inmueble, incluso dejando a la vista que muchas veces la ubicación espacial que se ocupa en el territorio (barrios privados o asentamientos) depende de esta variable.
En ese sentido, un servicio de primera clase, así como los barrios privados aumentan las distancias y las diferencias entre un grupo a otro, entre un individuo y otro. La empatía en ese caso tiende a desvanecerse y la condición material da paso a la desconfianza, la mirada de reojo y la falta de comprensión sobre las acciones de cada persona. Las probabilidades de que personas de diferentes orígenes económicos sean parte de un mismo grupo de pertenencia son mínimas, solo en casos extraordinarios pueden encontrarse en un mismo bando.
Esta segmentación a partir de la capacidad de consumo tiene una muestra gráficamente en la película de origen coreano “Parásitos”. En escenas de la película podemos observar cuáles son las consecuencias de una lluvia torrencial para los personajes de bajos ingresos y cuáles con las consecuencias para los de altos ingresos. Los de altos ingresos viven en las zonas altas de la ciudad, donde el agua de lluvia simplemente corre por el alcantarillado, mientras que los de bajos ingresos viven en sótanos de edificios y en zonas bajas. Esto provoca que la misma lluvia genere una inundación, posible ahogamiento o pérdidas totales de pertenencias de los habitantes de “zonas bajas”, mientras que no genera ningún efecto negativo en los consumidores pudientes.
Ahora, vale la pena preguntarse ¿qué significa todo esto que se viene exponiendo? La realidad es que la capacidad de consumo delimita la experiencia vital, y por tanto nos pone en una “zona alta” lejos de los riesgos, o nos deposita en una “zona baja” donde los riesgos de todo tipo son inminentes. Por otra parte, en la misma película vemos cuál es la vinculación entre los dos grupos. Es interesante observar cómo ambos “bandos” finalmente comparten un espacio y un vínculo, pero también es interesante ver de qué manera se desarrolla esa vinculación e intercambio. Como la película lo dice en su título, entendemos que trata de parásitos, aunque el creador de la película (a mi entender) deja abierta la interpretación al espectador de cuál de los grupos es parásito del otro. De cualquier manera, lo que sí queda claro es que las mejores condiciones de un grupo implica un retroceso en las condiciones del otro.
Esto tiene la explicación en la sentencia económica de que los recursos son finitos. Esto se puede traducir en que si uno posee ciertos recursos, el otro no los posee. De ahí viene la famosa frase (muy a cuento en este caso) de Manolito, personaje de la tira de prensa Mafalda en la que dice: “nadie puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás”. Desde un punto de vista economicista, el acceso a ciertos recursos de algunos grupos impacta directamente en el acceso a los recursos de otras personas. Los recursos (en términos generales y especialmente para comprender este razonamiento) son los mismos, por tanto, capitalizarse implica descapitalizar a otro. Es simple, si yo obtengo algo, hay alguien que lo perdió. En este punto, no hago un juicio de valor sobre el mérito y si está bien o mal de que esto sea así, solo expongo que hay que ser consciente que la acumulación de unos hunde a los otros.
La pregunta que debemos hacernos es si estamos dispuestos a ganar si el perdedor es alguien a quien conocemos o queremos. En ese caso ¿estamos dispuestos a ganar sabiendo quien es el perdedor? En la realidad cotidiana el perdedor no tiene rostro ni nombre, solo se encuentra enmarcado en el grupo social de menos recursos o clase baja, pero no está individualizado, no lo conocemos.
Es en este contexto que pienso que podríamos pensar un modelo basado en la convivencia, el vínculo y no la separación. Los grupos de pertenencia no deberían estar basados en los recursos materiales y capital que poseo, sino que en todos aquellos intereses comunes. La segmentación tiende a fragmentar las sociedades y profundizar las separaciones de clase. Es preferible fomentar el acceso a productos y bienes de uso común a todos, transversales a todo tipo de bolsillo. Debemos cambiar de paradigma si queremos vivir en paz, con seguridad y sin desconfianza en el otro.
En fin, los espacios por donde nos movemos deberían tener como horizonte que se trate de espacios de convivencia y no de segmentación o fragmentación. Además, estos espacios podrían ser lo suficientemente amplios en sentido metafórico para que todos podamos estar y transitar por allí. Debemos crear una vida menos segmentada, más amplia, con mayor convivencia, porque entendiendo la naturaleza del capital y los recursos nos deberíamos preguntar ¿Le haría eso a un amigo? ¿le haría eso a un familiar?
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