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Claves para entender a los políticos para un desinteresado por la política

 Por definición, la política es una forma de organización que permite a un determinado sujeto o grupo de personas tomar decisiones sobre la vida de otras personas a través de la construcción de reglas y leyes que propicien cambios en la vida material y real de la población. Es, a su vez, el sistema que posibilita la toma de decisiones que favorecen a un grupo de personas y perjudican a otras (con o sin intención). Se entiende, de manera implícita, que aquellos que toman las decisiones siempre lo hacen para una “mayoría”, lo cual implica que en esas decisiones hay ganadores y perdedores.

Foto de Andrea Piacquadio: https://www.pexels.com/es-es/foto/anciano-empresario-un-apreton-de-manos-con-socio-3783585/

La definición de la Real Academia Española, en una de sus acepciones, propone que la política es la “actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo”. Tal como lo dice la definición, se trata de una actividad que implica intervenir en asuntos públicos, lo que quiere decir que se trata de tomar decisiones sobre la vida de un colectivo de personas.

Más allá de las definiciones, la verdad es que el ciudadano de a pie no logra identificar diferencias entre política, sistema político o clase política. Para el ciudadano común, solo se trata de política, y todo lo que esté medianamente cerca del entorno será catalogado como “política”. Esta generalización habitualmente está acompañada de connotaciones negativas, por ejemplo: “lo hacen por política”, “todo es política”. En fin, cada frase que contenga la palabra política habitualmente va acompañada de una connotación negativa.

Sin ser muy académico y solo como referencia, Aristóteles decía que el hombre (como especie) es un zoon politikon (animal político). Dicho de otra manera, el ser humano, en términos generales, es una especie que se preocupa e interviene en los asuntos públicos porque, además, es un animal especialmente social.

En la actualidad, a través del sistema de representación y la democracia delegativa, cada ciudadano, con su voto, elige por quién será representado en la legislatura siguiente. Es decir, en un sentido más llano, el ciudadano con su voto delega en otra persona la actividad de tomar decisiones, crear leyes y administrar los intereses públicos y del pueblo. A esa persona a la que se le delegan esas facultades la llamamos “político”. Los políticos son, entonces, representantes del pensamiento de un grupo de personas en ámbitos de decisiones públicas o de interés general. Esto explica la tan sobre utilizada frase del político que dice: “yo me debo a mi electorado”. Traducido a un lenguaje llano sería: “yo solo soy la voz de aquellos que me pusieron aquí para que cuide sus intereses en un ámbito de decisiones”.

En este preciso instante, vale preguntarnos: si la política se basa en un sistema de representación, ¿cómo puede ser que no nos sintamos representados por los políticos? Parece un chiste, o al menos una paradoja. Pero para eso estamos acá, para ensayar una posible explicación sobre esto que está en la raíz misma del sistema.

En primer lugar, vale la pena explicar que los políticos desarrollan su actividad dentro de lo que se conoce como sistema político. Cuando hablamos de sistema político, nos referimos al conjunto de grupos y procesos políticos que interactúan en un contexto histórico y cultural, y se caracterizan por cierto grado de interdependencia recíproca que se expresa en las prácticas, hábitos, rituales y reglas no escritas que, de alguna manera, organizan la competencia por el poder político entre los actores y, especialmente, entre la clase política.

Un político necesariamente es parte de una “clase”, que además actúa dentro de un sistema. La conformación de esta “clase” está dada por compartir con sus pares una serie de condiciones vitales, códigos o reglas de funcionamiento, derechos y obligaciones. Lo cierto es que ser parte de esa clase obliga y somete al sujeto (en este caso, al político) a reproducir los métodos habituales de supervivencia dentro de ese ámbito. Esto implica “saber moverse” dentro de un grupo de personas cuya finalidad, entre otras, es mantenerse en el poder.

La política, en primera instancia, se entiende como un medio o instrumento para generar transformaciones y cambios en la sociedad en su conjunto. Lo que pasa habitualmente es que la necesidad de mantenerse en un espacio de decisión hace que el quehacer político se convierta en un fin en sí mismo, lo que comúnmente se conoce como la “rosca política”. Para el político, la rosca política tiene como finalidad legitimarse en una posición y, a su vez, mantenerla el mayor tiempo posible. En las democracias actuales, los políticos del entorno son los que se convierten en ministros o toman cargos de mayor importancia. Acceder a esos puestos implica tener el favor especial del tomador de decisiones, lo cual inevitablemente genera el “rosqueo”. Ese rosqueo es la actividad de conversar, confabular, complotar, congraciarse y estrechar lazos de forma permanente con otras personas o grupos de personas que, de alguna manera, posibiliten la asunción o el mantenimiento del poder. Se trata de una reciprocidad de favores que habitualmente se conoce como “negociación política”. Esa metodología es la corriente y no es propiedad de nadie en particular; todos los sistemas políticos, de una manera u otra, se construyen de esta manera.

Es en este punto donde aparecen las desviaciones y otras prácticas orientadas a mantenerse en el cargo. Dentro de la lógica de la rosca política, está generar instancias de confrontación permanente con los “adversarios políticos”. Esto tiene una doble función: 1) definir con claridad cuál es su posición frente a los temas de agenda, y 2) hablarle a su tribuna, posibilitando un proceso de identificación conjunta en un “nosotros”. Ser parte de la “clase” implica tener comportamientos y acciones corporativas o de cofradía. A la larga, el quehacer diario los aleja de todo lo que se encuentra fuera del sistema, fuera de la burbuja. Es en ese punto donde se genera una especie de ruptura con el ciudadano común.

Es en esa instancia donde se genera la distancia entre el político (incluso la clase política) y el sujeto político, es decir, el representado. Esa condición es terreno fértil para la aparición de los llamados “outsiders”. Estos son aquellos sujetos que no cumplen con esa serie de reglas y códigos, es decir, personas que luchan por el poder político sin ser parte del sistema, que no comparten ni sus códigos ni sus fines. Habitualmente, los “outsiders” son rechazados por el propio sistema político. A fin de cuentas, se trata de una “amenaza” potencial para el propio sistema, es decir, el status quo. El outsider no solo no está interesado en participar activamente dentro de ese sistema con las reglas de juego planteadas, sino que, por el contrario, denuncia esas prácticas y códigos como parte de la falla del sistema político en la búsqueda de soluciones para el conjunto de la sociedad. Es justo reconocer que parte del discurso del “outsider” es razonable, con bases sólidas y empíricamente demostrado. De hecho, el problema que denuncia el outsider es lo que motiva esta reflexión.

Finalmente, y a partir de las reflexiones esbozadas anteriormente, la vida política es responsabilidad de cada uno de los ciudadanos que componen la sociedad en su conjunto. Intervenir en los asuntos públicos con una opinión, con un voto, o de cualquier otro modo, no solo es un derecho, sino más bien una obligación cuando se trata de una democracia delegativa. Además, es necesaria la participación permanente para ser vigilantes del sistema político y que este entienda que está siendo evaluado de forma continua.



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