En este artículo me propongo hacer un recorrido por la evolución histórica de los conceptos Trabajo y Ocio. Llevar a cabo un breve análisis de los cambios semánticos de los conceptos ya mencionados, y cómo estos cambios estuvieron relacionados con los contingentes políticos, sociales y económicos de los diferentes momentos históricos.
La relación entre el trabajo y el hombre ha sido desde siempre una relación muy estrecha. Según Raso Delgue, “la historia del hombre es fundamentalmente la historia del trabajo y de sus modalidades de ejecución”. Es por esa razón, que ambos conceptos - trabajo y ocio- se encuentran en una continua resignificación. Cada forma de trabajo, la manera de conceptualizar y su comprensión, han tenido su génesis, organización, desarrollo y decadencia.
Para Supervielle, “el trabajo proviene de tripalium, que en latín significa instrumento de tortura”. Tanto los verbos trapiculare o tripaliere tienen como significado de “hacer sufrir”, concepto que se aproxima a lo que hoy entendemos por trabajo. En todo momento la idea de trabajo ha estado relacionada a una actividad penosa o esforzada con un fin productivo. Históricamente el trabajo ha estado relacionado principalmente con una actividad física, mucho después ya en el período contemporáneo, se ha extendido en otras direcciones para abarcar no solamente una actividad física, sino también una intelectual, incluso, únicamente intelectual.
El trabajo y el ocio en la Antigüedad
En el pensamiento griego, como en otras civilizaciones antiguas, no llega a consumarse una valoración clara acerca del trabajo como concepto abstracto, en todo caso sólo se hace referencia a los distintos oficios. Esto se puede explicar fundamentalmente por la organización social y económica existente en ese entonces. El esclavismo constituía la mayor fuerza de trabajo en estas sociedades, y tal era la distancia social que ni siquiera se entraba en la consideración de la actividad de los esclavos como trabajo. Por el contrario, las actividades que hoy consideraríamos como trabajo –agrícolas, artesanales, comerciales- estaban desprovistas de valor social positivo, incluso valoradas como “tareas inferiores, desarrollada también por seres inferiores”.
La conceptualización que hoy tenemos del trabajo tiene cierto arraigo con el mundo romano. En latín el trabajo era designado con tres términos: “opus”, “opera” y” labor”. Se contraponía a estos conceptos el de “otium”, lo que hoy llamamos “ocio'', y que estaba relacionado con el tiempo libre, y que además era valorado muy positivamente. En la cultura griega antigua se valoraba sobremanera el ocio o tiempo de “contemplación”.
A medida que las condiciones sociales y económicas fueron cambiando durante la edad antigua, también se puede observar una cierta evolución de las costumbres en cuanto al rigor respecto a la esclavitud; esta flexibilización responde a un orden económico y socio-técnico. Es necesario que los esclavos se conviertan en una fuerza de trabajo crecientemente calificada, educada y formada. Este nuevo escenario favorece la transición hacia otro tipo de relación social. Para estimular el trabajo se adopta un sistema de pagos de dinero que le da al esclavo la posibilidad de construir un pequeño peculio y lo transforma en un esclavo con características diferentes al conocido hasta el momento.
Finalmente a partir del Derecho Romano, y las grandes rebeliones de esclavos se “generó un contexto para un mejoramiento de las condiciones de los esclavos, incitando a un aumento de las liberaciones y la búsqueda de un modelos de relaciones sociales más estables”.
El trabajo y el ocio en el Medioevo
Durante la edad media (año 476 hasta descubrimiento de América 1492) la consideración del trabajo y su papel en la sociedad cambia radicalmente gracias a la doctrina gestada por la Iglesia en este período histórico. Los valores en torno al trabajo durante el medioevo tienden a invertirse con respecto a la antigüedad; el ocio pierde su carácter positivo y toma la connotación de pereza, mientras que el trabajo se transforma en un sinónimo de “obra”. La consigna de San Benito (480 - 547) es “la pereza es el enemigo del alma” y la doctrina de la Iglesia Católica con respecto al trabajo toma fuerza en San Agustín de Tagasta (354-430) que da una interpretación algo distinta de la que se había dado hasta entonces por la doctrina cristiana.
Durante este período nace el régimen servil y las corporaciones de artesanos en torno a la iglesia. La consideración positiva del trabajo al interior de las corporaciones artesanales genera estratificación y jerarquías en las corporaciones. El pasaje de un grado al otro (ascendente) se configuran por el “propio trabajo, la capacidad de producir según cánones establecidos y la calidad auto-exigida por la corporación”.
Según Supervielle, el medioevo fue un período en donde evolucionaron las ideas con respecto al trabajo y reconoce como el gran intelectual de la época a Santo Tomás de Aquíno (1225 – 1274) quien establece que “la necesidad de trabajo es condicional, relativa al fin de procurarse de qué vivir”. Es este quien amplía el campo semántico ya que considera trabajo a “toda operación por la cual el hombre se procura lícitamente de qué vivir”. Allí queda establecido que el trabajo no sólo integra aquellas actividades que comprenden el trabajo físico, sino todas aquellas actividades con las cuales se procura la subsistencia más allá de que se trate de una actividad física o intelectual. Se establece una primera división entre trabajo manual e intelectual que luego sería tomado por diferentes autores. En Uruguay, José Enrique Rodó (1871–1917) en su obra “El mirador de Próspero” (1913) hace una extensa exposición sobre las condiciones de los trabajadores en las fábricas y con la cual -entre otras conclusiones- expone que el trabajo intelectual tiende a ser más desgastante que el trabajo manual. Para Rodó, quien trabaja manualmente termina su tarea con su última “transformación” de objeto, pero quien trabaja con su intelecto se lleva el trabajo a todas partes y convive con él en todo momento.
El trabajo y el ocio en la Edad Moderna
Se entiende por Edad Moderna el período histórico que se encuentra entre el año 1492 (descubrimiento de América) y el fin del siglo XIX. Este período histórico no solo estuvo marcado por el descubrimiento de América, sino que también jugó un papel importante la denominada Reforma. La aparición del protestantismo como religión autónoma y como propuesta cultural diferente a la ofrecida hasta el momento por la religión católica.
En Europa se producen importantes transformaciones religiosas, políticas y culturales que traerán aparejados cambios en la conceptualización del trabajo. Estos cambios son producto de la Reforma Protestante que da inicio con Lutero en el año 1518. El movimiento reformador tendrá tres grandes principios que modificarán también la conceptualización del trabajo: la referencia a la Biblia, el individualismo religioso y el cumplimiento del deber cristiano. Max Weber hace un profundo análisis sobre este nuevo escenario en su obra “La ética protestante”.
La actividad profesional y la intensidad del contenido del trabajo son identificados al deber religioso, el trabajo se convierte en un fin en sí mismo, la realización de la fe en el trabajo profesional. Se trata del origen del ideal de trabajo por el trabajo en sí, que está en el origen de la vida moderna y burguesa. Se valoran todos los tipos de trabajo, se entiende que todos estos son útiles si son buenos y útiles para la comunidad, si de alguna manera puede servir al prójimo. Paralelamente se condena fuertemente la ociosidad y las conductas ociosas.
Por otra parte, se genera un desarrollo comercial nunca antes visto. Se da un aumento del comercio internacional y sobre todo marítimo, tanto entre los continentes como al interior de Europa. Para ello juega un papel fundamental el descubrimiento de América y con ello el aumento del comercio con otros continentes y mercados. Marx y Engels en su “Manifiesto del partido comunista” hacen referencia a ello diciendo: “El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio de las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido”. Además estos autores, sugieren que la industria ha creado un “mercado mundial” que aceleró el desarrollo del comercio y este a su vez influyó en el desarrollo de la industria, fenómeno hoy conocido como globalización. Es decir, se generó un tipo de círculo industrial que entre otros impactos originó una gran división del trabajo.
Ese contexto dio lugar al desarrollo de otro tipo de fenómenos como: el trabajo infantil y femenino en las grandes fábricas, tema que luego el autor uruguayo José Enrique Rodó analizaría profundamente en su obra “El mirador de Próspero”. En un pasaje de la obra citada, el autor hace un profundo análisis sobre la situación en que se encuentra el trabajo fabril para niños y mujeres, se permite reflexionar de hasta cuantas horas pueden llegar a trabajar tanto un niño a edades tempranas, como una mujer.
Durante esta Edad Moderna, donde se dio un gran desarrollo de la industria se generaron condiciones sociales en relación al trabajo sin precedentes. Sobre esto Alvin Toffler reflexiona en su obra “La tercera ola” que esta etapa industrial por primera vez en la historia separó al hombre en productor y consumidor. Es decir, durante la etapa antigua y el medioevo, el hombre era consumidor de lo que él mismo producía, ya sea en trabajo agrícola, artesanal y otros. Por el contrario, el desarrollo industrial alienta esa separación y divide al hombre en productor y consumidor a partir de la tecnología y la aparición de las grandes fábricas. Se trata del modelo que está más desarrollado hoy en día; para consumir sencillamente vamos a un comercio que nos vende un producto que nosotros no hemos producido.
El trabajo y el ocio en la Edad Contemporánea
Convencionalmente se decreta el fin de la Edad Moderna y el inicio de la Contemporánea con la Revolución francesa. Se trata de un momento histórico que rompe con la hegemonía de las religiones en el ámbito cultural, que hereda el desarrollo industrial y todo lo asociado con él: alta productividad, extensas jornadas laborales, creciente división del trabajo, separación del productor y consumidor. A partir de las condiciones de trabajo fabriles, muchas de ellas paupérrimas, comienzan a generarse movimientos de trabajadores que alcanzan logros como jornadas de trabajo más cortas y vacaciones pagas entre otros.
Existen una serie de contingencias que afectan en esa nueva postura sobre el trabajo; el aumento de la tecnología en la producción, la incorporación en masa de las mujeres al campo laboral luego de la Segunda Guerra.
A partir de allí se originan las condiciones para una nueva concepción sobre el trabajo que Supervielle llama el trabajo como “resolución de problemas”.
Crece notablemente la fuerza de trabajo en servicios, que fue denominada como sector terciario. Los servicios se distinguen como actividad económica que no produce bienes. Se trata de actividades orientadas al mantenimiento de las “condiciones normales” dentro de la sociedad, que tienen la particularidad de que coinciden en tiempo-espacio producción y consumo. Es decir, a diferencia de un bien, el servicio no se puede stockear, si no es utilizado en el momento en que se ha producido, se pierde.
El crecimiento del trabajo en el área de servicios se debe fundamentalmente a sociedades crecientemente complejas. En este sentido, “el trabajo como resolución de problemas puede abarcar desde soluciones absolutamente banales como las de un cuida-coches hasta los más complejos problemas que requieren crecientes cantidades de información y conocimiento”.
Esta nueva conceptualización del trabajo no se opone a las anteriores, ya que los modos de producción coexisten, incluso se generan muy complejas formas de integración de sistemas tradicionales de producción con procesos muy modernos.
Por otra parte, el ocio vuelve a ser un bien valorado positivamente. En la actualidad existen grandes “industrias” dedicadas a proveer entretenimiento (cine, teatros, parques de diversiones, etc) y el desarrollo del turismo a nivel internacional es una muestra clara de la valoración que se le atribuye al tiempo libre.
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