Esta reflexión es sólo un capítulo de una mucho más amplia que fue escrita en mayo de 2020 y hasta ahora no habían visto la luz.
Capítulo III
Trabajo
¿Qué sucedió con el trabajo tal como lo conocemos?, ¿cuáles pueden ser las consecuencias del teletrabajo?, ¿habrá un cambio de paradigma sobre qué entendemos por trabajo?La pandemia COVID-19 dejó al desnudo una realidad que se había desarrollado con mucha intensidad en los últimos tres siglos. El trabajo tal como lo conocemos, es la consecuencia del desarrollo de una economía capitalista y basada en el consumo. Además, es el resultado de una sociedad cada vez más compleja que genera problemas con sus respectivas nuevas soluciones.
Pero entonces, ¿qué sucedió cuando el consumo se detuvo por los confinamientos?. La pregunta en este caso tiene una respuesta simple: se perdieron millones de empleos en todo el mundo en casi todas las actividades económicas. Los nuevos empleos en esta situación son sólo corrimientos temporales propios de la búsqueda de solución a un problema coyuntural. Habrá que esperar un tiempo para saber si en la futura “nueva normalidad” parte de esos empleos se sostienen y los “antiguos” pueden volver a tener la misma importancia en la cadena productiva.
Personalmente considero que ciertas actividades desarrolladas hasta el momento van a tender a desaparecer, estas experiencias de ruptura suelen generar grandes cambios y nuevos paradigmas, experiencias de transformación y adaptación.
Por otra parte, se reforzó una separación que existe desde hace siglos y que ha sido motivo de mucha discusión y tratamiento de muchos pensadores: la diferencia entre trabajo manual y el trabajo intelectual.
El trabajo manual y todos aquellos que lo ejecutan y llevan adelante diariamente, se encuentran en ese primer grupo que ha sido víctima del desempleo y la incertidumbre.
Por otra parte, el trabajo intelectual tomó nuevas formas, y entre otras cosas se ha convertido en “teletrabajo”; un mecanismo que tiene soporte en la tecnología y medios de comunicación pero que tiene algunas “trampas” que todavía no se vislumbran con claridad.
Esta nueva modalidad puede empujar a las empresas a mantener a sus trabajadores desde su casa. En cierto sentido puede ser contraproducente para el trabajador. La casa del individuo se convierte en una oficina, un espacio de trabajo con todo lo que eso implica. Tener las condiciones de comodidad y las herramientas necesarias ya no serán responsabilidad de la empresa, sino del trabajador. En cierto sentido el individuo se convierte en un sujeto-empresa, una especie de empresa unipersonal que corre con todos los gastos (energía, agua, conectividad, herramientas). El fin capitalista que sigue cualquier empresa puede tomar esa posibilidad como una oportunidad de deshacerse de costos fijos (alquiler, servicios y otros). Se trata de una tendencia que ya se venía desarrollando con ejemplos como las aplicaciones de delivery. Esos trabajadores deben tener las herramientas (moto, bicicleta, celular) y las prestaciones de la empresa es mínima con el trabajador, es un método de tercerización total, que individualiza y aisla, y que a grandes rasgos imposibilita la sindicalización o agremiación.
Por otra parte, el trabajador ve como su espacio íntimo, su hogar, por momentos se convierte en una oficina. Esto puede traer consecuencias muy negativas en términos de relacionamiento familiar, en términos de relacionamiento social en su conjunto, teniendo en cuenta que los espacios de trabajo han sido históricamente espacios de socialización. La carga financiera de separar el trabajo de la vida familiar ya no será del empresario, sino que será pura y exclusiva del trabajador, que en cierto sentido, perderá toda relación de dependencia y con ello, todos los derechos adquiridos a través de la lucha sindical y gremial.
Por último, queda pensar que si esta nueva coyuntura nos permite o nos obliga a entender el trabajo de otra manera.
Personalmente creo que esta “nueva normalidad” puso al teletrabajo en un lugar que no ocupaba, le dio un reconocimiento y una legitimación que hasta el momento no tenía por propios y ajenos. Ha sido objeto de conversaciones y análisis de toda la sociedad en su conjunto y por tanto, es parte de la cotidianeidad, de la nueva “fórmula” y el abanico posible para el desarrollo profesional. La discusión entre trabajo manual vs trabajo intelectual que planteaba José Enrique Rodó en uno de sus ensayos del “Mirador de próspero” ya no serán necesarios. Tanto en el presente, como en el planteo hacia el futuro, es ver el trabajo como la capacidad para la “resolución de problemas” de la vida en su más amplia concepción.
La pandemia COVID-19 dejó al desnudo una realidad que se había desarrollado con mucha intensidad en los últimos tres siglos. El trabajo tal como lo conocemos, es la consecuencia del desarrollo de una economía capitalista y basada en el consumo. Además, es el resultado de una sociedad cada vez más compleja que genera problemas con sus respectivas nuevas soluciones.
Pero entonces, ¿qué sucedió cuando el consumo se detuvo por los confinamientos?. La pregunta en este caso tiene una respuesta simple: se perdieron millones de empleos en todo el mundo en casi todas las actividades económicas. Los nuevos empleos en esta situación son sólo corrimientos temporales propios de la búsqueda de solución a un problema coyuntural. Habrá que esperar un tiempo para saber si en la futura “nueva normalidad” parte de esos empleos se sostienen y los “antiguos” pueden volver a tener la misma importancia en la cadena productiva.
Personalmente considero que ciertas actividades desarrolladas hasta el momento van a tender a desaparecer, estas experiencias de ruptura suelen generar grandes cambios y nuevos paradigmas, experiencias de transformación y adaptación.
Por otra parte, se reforzó una separación que existe desde hace siglos y que ha sido motivo de mucha discusión y tratamiento de muchos pensadores: la diferencia entre trabajo manual y el trabajo intelectual.
El trabajo manual y todos aquellos que lo ejecutan y llevan adelante diariamente, se encuentran en ese primer grupo que ha sido víctima del desempleo y la incertidumbre.
Por otra parte, el trabajo intelectual tomó nuevas formas, y entre otras cosas se ha convertido en “teletrabajo”; un mecanismo que tiene soporte en la tecnología y medios de comunicación pero que tiene algunas “trampas” que todavía no se vislumbran con claridad.
Esta nueva modalidad puede empujar a las empresas a mantener a sus trabajadores desde su casa. En cierto sentido puede ser contraproducente para el trabajador. La casa del individuo se convierte en una oficina, un espacio de trabajo con todo lo que eso implica. Tener las condiciones de comodidad y las herramientas necesarias ya no serán responsabilidad de la empresa, sino del trabajador. En cierto sentido el individuo se convierte en un sujeto-empresa, una especie de empresa unipersonal que corre con todos los gastos (energía, agua, conectividad, herramientas). El fin capitalista que sigue cualquier empresa puede tomar esa posibilidad como una oportunidad de deshacerse de costos fijos (alquiler, servicios y otros). Se trata de una tendencia que ya se venía desarrollando con ejemplos como las aplicaciones de delivery. Esos trabajadores deben tener las herramientas (moto, bicicleta, celular) y las prestaciones de la empresa es mínima con el trabajador, es un método de tercerización total, que individualiza y aisla, y que a grandes rasgos imposibilita la sindicalización o agremiación.
Por otra parte, el trabajador ve como su espacio íntimo, su hogar, por momentos se convierte en una oficina. Esto puede traer consecuencias muy negativas en términos de relacionamiento familiar, en términos de relacionamiento social en su conjunto, teniendo en cuenta que los espacios de trabajo han sido históricamente espacios de socialización. La carga financiera de separar el trabajo de la vida familiar ya no será del empresario, sino que será pura y exclusiva del trabajador, que en cierto sentido, perderá toda relación de dependencia y con ello, todos los derechos adquiridos a través de la lucha sindical y gremial.
Por último, queda pensar que si esta nueva coyuntura nos permite o nos obliga a entender el trabajo de otra manera.
Personalmente creo que esta “nueva normalidad” puso al teletrabajo en un lugar que no ocupaba, le dio un reconocimiento y una legitimación que hasta el momento no tenía por propios y ajenos. Ha sido objeto de conversaciones y análisis de toda la sociedad en su conjunto y por tanto, es parte de la cotidianeidad, de la nueva “fórmula” y el abanico posible para el desarrollo profesional. La discusión entre trabajo manual vs trabajo intelectual que planteaba José Enrique Rodó en uno de sus ensayos del “Mirador de próspero” ya no serán necesarios. Tanto en el presente, como en el planteo hacia el futuro, es ver el trabajo como la capacidad para la “resolución de problemas” de la vida en su más amplia concepción.
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